Un día decidí escribir un libro para ti,
y en la medida que avanzo
me di cuenta y tuve que aceptar,
entender, asumir, que este libro, es tuyo,
no mío,
solo espero con el pasar de los días
no encontrarme
con que el libro me escribe a mi.
No supe de momento que escribir,
pues deseaba,
y el deseo cohibe,
entonces me entregué,
permití que las palabras fluyeran,
como el agua que baja por la ladera,
o la roca suelta que se desprende del peñasco,
y tomé el libro en mis manos
y después de hacer la dedicatoria respectiva,
puse en él las palabras que me traes,
no para naufragar,
no para pedir,
solamente para compartir.
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